Te des cuenta o no, tu vida es algo valioso. De hecho, es tu posesión
más preciada. Como humanos, disponemos de un tiempo limitado. Sean 50,
60, 80 ó 100 años los que tengas previsto vivir, lo cierto es que un día
todo esto acabará. Así que… ¿en qué invertirás el tiempo que te ha sido
concedido? ¿Cómo emplearás ese regalo?
Mi propia historia
Escogí estudiar ingeniería industrial principalmente por dos motivos:
por tratarse de una profesión “respetable” y por tener muchas posibles
salidas. Tenía 18 años. En aquel momento no sabía que si quería respeto
bastaba con que me respetara a mí mismo, y que el hecho de que algo
tenga muchas salidas no es necesariamente algo bueno, porque puede
resultar que todas las salidas te lleven a un lugar en el que no quieres
estar. Pero yo acababa de terminar la pubertad y había muchas cosas que
no sabía. Pasaron los años y descubrí que cada vez había más cosas que
no sabía. Llegó un punto en que esto dejó de preocuparme y abracé mi
ignorancia tomándola como algo valioso. Ahora es una de mis herramientas
más preciadas.
En mi trabajo en Alemania, cada día, sentía que estaba detentando mi
puesto. Hacía mis labores satisfactoriamente. Cumplía mis plazos y hacía
lo que se me pedía. Sin embargo, no había pasión en lo que hacía.
Cumplía, pero no iba más allá. Alguien que disfrutara de todo aquello
podía dar mucho más que yo en ese mismo puesto. Sentía que estaba
ocupando un lugar que podía estar mejor aprovechado, y saber eso me
dolía. Yo, simplemente, pasaba el tiempo allí, sin nada mejor que hacer.
Confortablemente entumecido, sentía que estaba desperdiciando mi vida.
Me estaba desperdiciando a mí mismo.
Decidí dejarlo y buscar algo que me apasionara. Creo firmemente que
el trabajo es una parte fundamental de la vida, una expresión de uno
mismo, una manifestación de los valores más profundos. No es algo en lo
que uno tenga que encajar, sino que el trabajo tiene que encajar con
uno. Debe ser una oportunidad para poner sobre la mesa los dones y los
talentos que cada uno posee, para poner al servicio de uno mismo y de
todos los demás lo mejor de cada uno. En aquel trabajo yo estaba
funcionando a medio gas, y si hay algo que me gusta hacer es darlo todo
en cada cosa que hago. Dejarme el alma. Marcar mi huella al hacerlo. Eso
no estaba sucediendo, así que lo dejé.
Esa fue una época de frenéticas novedades. Yo había empezado a
cuestionar los cimientos de mi propia realidad, a cuestionar mis
creencias, mis valores, mis razones y mis motivaciones. Mi vida no era
como yo quería que fuera, y la diferencia entre lo que era y lo que yo
quería que fuera era tan grande que la sensación me estaba rompiendo por
dentro. Para no sentir todo eso, yo pensaba y pensaba. Pasaba el día en
mi cabeza, aislado, desconectado de todo lo demás. Racionalizaba y
justificaba, una y otra vez. Mi mente era un torbellino y en mi interior
terminó por desatarse una tormenta.
Fui a pasar el fin de semana a casa de un amigo y pasé la última
noche en blanco. Mirando al techo, incapaz de dormir, trataba de encajar
lo que creía sobre el mundo con las últimas experiencias que había
vivido. Había empezado a hacer cosas que se salían de lo que hacía
habitualmente, y había estado obteniendo resultados que se salían de lo
que yo creía que era posible. Mi realidad se estaba retorciendo sobre sí
misma, y mi mente trabajaba a toda velocidad para intentar hacer
cuadrar los últimos acontecimientos con lo que yo creía que eran las
cosas. Mi propia concepción del mundo se resquebrajaba y se desmoronaba
por partes y por momentos.
Y allí, tumbando en la cama mirando el techo, presenciando el
torbellino en mi mente, llegué a la única explicación que me permitía
encajarlo todo: la vida era un sueño. Un sueño muy largo, pero un sueño.
De repente, en un momento, el torbellino en mi mente se disipó, y se
hicieron una claridad y un silencio beatíficos que sólo recordaba haber
experimentado una vez antes mediante una mezcla de alcohol y marihuana.
En mitad de la noche, ese silencio interior me desbordó, y me sentí empujado a salir al exterior.
Salté de la cama, me puse los pantalones y una camiseta, me puse las zapatillas, abrí la puerta de la casa y salí a la calle.
Era un barrio residencial. La calle terminaba en una rotonda rodeada
de viviendas. Hacía frío, pero me dio igual. Un agradable calor me
abrigaba el interior.
Caminé hasta el centro de la calle y me quedé allí de pie. Parado sobre el asfalto.
Era el mes de Marzo y debían de ser las seis o las siete de la
mañana. Una breve nevada acababa de caer, pues las calles estaban
cubiertas por una fina capa de nieve blanquecina. Los primeros rayos del
día despuntaban sobre las casas bajas del vecindario en el extrarradio
de la ciudad.
La atmósfera era fantasmagórica, realmente como en un sueño. El cielo
era una paleta abrumadoramente bella de colores pastel, intensificados
por un sol incipiente que marcaba el inicio de un nuevo día. La luz era
simplemente irreal. Se reflejaba brillante sobre la fina capa de nieve y
yo me encontré en mitad de un bellísimo escenario que, simplemente, no
podía existir. Había algo mágico e imposible en el ambiente.
Con los pies planos sobre el suelo, miré a mi alrededor y respiré el
aire fresco de la mañana llenando hasta el último rincón de mis
pulmones. Y me sentí renacer.
Entonces, súbitamente, allí de pie, me di cuenta de cómo los músculos
de mis piernas se tensaban y se relajaban para que yo pudiera
mantenerme en equilibrio sobre mis piernas. Podía notar cada uno de los
músculos independientemente, en cada una de las piernas, hacer su
función. Podía incluso notar las fibras resbalar sobre los huesos. Mi
corazón palpitaba con fuerza. Sentí, con toda certeza, que había una
inteligencia en mi interior que funcionaba sola, que actuaba de manera
autónoma más allá de lo que yo podía comprender, y me pareció lo más
maravilloso y brutalmente impactante del mundo. Una desbordante
sensación, mezcla de absoluta dicha y fascinación, me llenó por
completo, simplemente por el hecho de estar allí de pie, respirando el
aire fresco de la mañana. Simplemente… por estar vivo.
No necesitaba nada más. Yo era todo lo que tenía. Y era más que suficiente.
Me sentí desbordado. Mis sentidos estaban completamente abiertos,
como nunca los había experimentado antes, y todo lo que veía, todo lo
que oía, todo lo que sentía, se precipitaba a mi interior sin filtros ni
barreras, como una catarata se precipita al vacío desde las alturas.
Sin límites, con toda la brutalidad de la naturaleza. Me sentí
infinitamente conectado con todo lo que me rodeaba. Con cada cosa que
veía, con cada sonido que escuchaba, con cada sensación que sentía. El
cielo de colores pastel, el sonido de los pájaros en los árboles, mis
sensaciones de conexión y completitud. Me maravilló incluso el hecho de
que la materia permaneciera sólida, y no se descompusiera suavemente en
sus átomos y sus partículas. Todavía hoy, años después, lo recuerdo como
uno de los momentos más intensos de mi vida.
Entonces, sin apenas darme cuenta, levanté mi mano derecha y la puse
frente a mis ojos, y me pareció lo más bello del mundo. En una sucesión
de instantes, cada cosa que experimentaba me resultaba todavía más
brutal e impactantemente bella que la anterior. En aquel estado de
completo arrebato, cuando vi mi mano derecha frente a mí, me sentí como
si la hubiera visto por primera vez.
La observé con calma más allá de todas las palabras, más allá de toda
posible descripción. Más allá de todo juicio. Observé las formas de los
dedos, las líneas en la palma, la textura de los surcos de la piel, la
manera en que la luz de la mañana se reflejaba en ella creando un juego
de sombras infinitas. Me pareció tan insoportablemente bello que estuve a
punto de romper a llorar.
Entonces cerré la mano, y me di cuenta de que no sabía cómo lo hacía.
Había abierto y cerrado la mano muchas veces antes en mi vida, pero
nunca lo había hecho consciente y deliberadamente, y sentí el proceso
como mágico e inexplicable. No sabía cómo lo hacía, pero lo hacía. Sólo
tenía que desearlo, o tal vez quererlo. Las palabras habían dejado de
tener sentido para mí. Sólo tenía que tal vez aplicar mi voluntad y, por
arte de magia, simplemente sucedía: mi mano se cerraba.
Miré y vi las fibras nerviosas que discurrían desde mis dedos hasta
mi cerebro, subiendo por el brazo y por el hombro, trepando por el
cuello hasta llegar a lo alto de mi cabeza. Vi los impulsos nerviosos
circulando a toda velocidad por aquellas redes neurológicas. Sentí cada
una de las fibras de cada uno de los músculos que participaban en algo
tan simple para mí como abrir y cerrar una mano, y lo experimenté como
lo más increíblemente complejo y fascinante que había conocido nunca.
Una inteligencia y una sabiduría interior, forjadas a través de miles de
millones de años y de generaciones humanas, había resultado en una
maravillosa máquina biológica de infinita complejidad que era consciente de sí misma.
Por primera vez en mi vida vi todo eso con cegadora claridad, y las
emociones se acumularon en mi interior en la medida en que lo pude
soportar.
Y entonces miré al suelo.
Y cuando lo hice vi huellas, huellas que salían desde mis pies en
todas las direcciones, perdiéndose por todos los caminos y yendo a todos
los lugares. Y entonces me di cuenta más allá de cualquier duda: podía
ir a cualquier sitio en el mundo y podía hacer cualquier cosa.
Todas mis barreras, una tras otra, habían caído, y yo era libre, completamente libre.
Libre para ir a cualquier lugar y hacer mi voluntad, libre de ir al
polo norte o al polo sur, libre para perderme por los Andes o ascender
el Himalaya. Libre para bucear en el Índico o en el Pacífico. Libre para
recorrer cualquier camino de cualquier manera e ir a cualquier lugar a
hacer cualquier cosa.
Libre. Infinita y extasiantemente libre.
Esa experiencia, en aquel momento y en aquel lugar, de pie en mitad
del fulgor de los primeros rayos de una mañana nevada en la calle
desierta de un barrio residencial en el extrarradio de una gran ciudad,
cambió mi vida para siempre. De repente lo vi todo con nuevos ojos. Lo
escuché todo con nuevos oídos. Lo sentí todo de una manera completamente
nueva. Todo era para mí, otra vez, nuevo y desconocido. Me sentí como
si tuviera dos años y estuviera descubriendo el mundo por primera vez,
sólo que tenía 32 y ya sabía cómo manejar mi propio cuerpo. Cómo caminar
y cómo correr. Cómo saltar. Había muchas cosas que ya sabía hacer.
Ahora, me estaba redescubriendo a mí mismo.
Eres libre
Tal y como yo descubrí ese día, tú también eres libre. Eres libre
para ir a cualquier lugar y empezar de nuevo en cualquier momento. Eres
libre para hacer cualquier cosa que llene tu alma de gozo y de júbilo.
Eres libre para seguir tu propia llamada, para buscar y encontrar la
felicidad y el éxtasis. La vida no es fácil pero, contrariamente a lo
que demasiadas personas creen, no estamos aquí para sufrir y ni para
redimir nuestros pecados. No tienes nada que purgar. Puedes dejar ir todo eso y adquirir un nuevo juego de creencias más liberadoras.
Busca y encuentra lo que te hace feliz, lo que te llena, lo
que te hace estremecerte de abrumador placer mientras lo haces, lo que
te hace alejarte del mundo entero y a la vez te conecta con el mismo, y
repítelo. Para eso se inventó el trabajo, para poder hacerlo cada día.
Eres libre de hacer eso, y también eres libre de no hacerlo. Eres
libre de elegir una vida de sufrimiento y de angustia y eres libre de
elegir una vida que llene tu espíritu de gozo y éxtasis.
Tal es tu libertad.
Elige tu camino
En algún momento, antes o después, tendrás que elegir tu propio
camino. Tendrás que tomar una decisión. Tendrás que echar a andar en una
dirección.
No puedes ser astronauta y futbolista. No puedes ser arqueólogo y
marino mercante. No puedes ser piloto de avión y buzo. Tendrás que
descartar algunas cosas y elegir una. Aunque en la vida siempre estás a
tiempo de cambiar de camino, tendrás que enfocarte en algo en concreto y
empezar a dar pasos. De lo contrario, estarás siempre en el mismo
sitio: en ninguna parte.
Algunas personas me dicen: “Pero es que no sé qué hacer”.
¿Quieres ser domador de leones? ¿No? Ya has descartado una opción.
Quizá puedas descartar incluso el circo entero. Eso deja una parte del
pastel para otros y te ayuda a decidir.
¿Quieres ser presidente del gobierno? ¿No? Ya te has desecho de otra
carta. Repite el proceso y te quedarán cada vez menos naipes en la
baraja.
Haz pruebas. Sigue tus impulsos. Da unos pasos y evalúa.
Puedes caminar hacia el norte o hacia el sur, pero no puedes caminar
hacia el norte y hacia el sur a la vez. Eso descarta la mitad de las
posibilidades y te da una dirección. Camina un poco, detente y
reconsidera. Ajusta.
Antes o después encontrarás lo que estás buscando. Disfruta del proceso.
Actúa desde tus talentos y dones
Cada uno de nosotros posee sus propios talentos y dones. Cada uno de
nosotros tiene una serie de habilidades en las que destaca sobre todas
las demás. Lo creas o no, tú también. Puedes pensar que no hay nada
especial que sepas hacer. Puedes pensar que eres alguien del montón,
pero ten por seguro que tú también dispones de tus dones y talentos.
Cada uno de nosotros es único, y cada uno de nosotros tiene su propio
lugar en el mundo. Busca y encuentra el tuyo.
En PNL hablamos de que hay tres modos preferentes de experimentar el
mundo. Puedes experimentar el mundo principalmente en imágenes, en
sonidos o en sensaciones. A medida que crecemos y vivimos nos
especializamos en una de estas tres modalidades de percepción, lo que
nos lleva a desarrollar las habilidades relacionadas con una manera en
particular de percibir el mundo. Ya sean las imágenes, los sonidos o las
sensaciones tu manera favorita de experimentar la vida,
inconscientemente te has especializado en algo en lo que ya tienes
ventaja sobre dos terceras partes de la población. Eso te puede dar una
idea del área en el que más puedes aportar.
Tómate tu tiempo. Pregunta a quienes te conocen. Ellos podrán darte
información que a ti se te escapa, pero la elección debe ser tuya. Sólo
tú sabes más que ellos sobre ti. Sólo tú sabes lo que te hace vibrar, sólo tú sabes lo que te llena por completo dejando tan sólo el hueco para la insatisfacción suficiente que te impulsa a seguir prosperando.
El momento es ahora
En los últimos años, a raíz de compartir mi propia historia, muchas
personas me han escrito diciéndome que están insatisfechos con su
trabajo, pero que son demasiado mayores para hacer un cambio.
Desengáñate.
Sólo hay un momento para tomar decisiones, y es ahora. Sólo
hay un momento para hacer cambios, y es ahora. De hecho, en toda tu vida
sólo hay un momento, y siempre es ahora. El eterno e infinito presente.
Si quieres cambiar tu vida y piensas que eres demasiado alto o
demasiado bajo, demasiado gordo o demasiado flaco, demasiado listo o
demasiado tonto, demasiado mayor o demasiado joven… te estás
equivocando. Nunca los astros estarán a tu favor. Nunca será todo
perfecto. Nunca será el momento, salvo ahora.
Todo lo demás son lamentos, quejas y excusas. Racionalizaciones y justificaciones. Sólo hazlo, y hazlo ahora.
Elige tu camino y crea tu propia vida, consciente y deliberadamente.
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