25/9/15

¿Qué quieres hacer con tu vida?


Sé por experiencia que algunas preguntas no son fáciles de responder. Dan miedo. Van tan profundo que se pierden en tu interior, en ese amplio espacio más allá de tus músculos y tus huesos. En ese vacío infinito. Curiosamente, cuanto más profundo van, más vale la pena ir a por ellas. Una de esas incómodas preguntas que van muy profundo es la siguiente: “¿Qué quiero hacer con mi vida?”.
Te des cuenta o no, tu vida es algo valioso. De hecho, es tu posesión más preciada. Como humanos, disponemos de un tiempo limitado. Sean 50, 60, 80 ó 100 años los que tengas previsto vivir, lo cierto es que un día todo esto acabará. Así que… ¿en qué invertirás el tiempo que te ha sido concedido? ¿Cómo emplearás ese regalo?

Mi propia historia

Escogí estudiar ingeniería industrial principalmente por dos motivos: por tratarse de una profesión “respetable” y por tener muchas posibles salidas. Tenía 18 años. En aquel momento no sabía que si quería respeto bastaba con que me respetara a mí mismo, y que el hecho de que algo tenga muchas salidas no es necesariamente algo bueno, porque puede resultar que todas las salidas te lleven a un lugar en el que no quieres estar. Pero yo acababa de terminar la pubertad y había muchas cosas que no sabía. Pasaron los años y descubrí que cada vez había más cosas que no sabía. Llegó un punto en que esto dejó de preocuparme y abracé mi ignorancia tomándola como algo valioso. Ahora es una de mis herramientas más preciadas.

En mi trabajo en Alemania, cada día, sentía que estaba detentando mi puesto. Hacía mis labores satisfactoriamente. Cumplía mis plazos y hacía lo que se me pedía. Sin embargo, no había pasión en lo que hacía. Cumplía, pero no iba más allá. Alguien que disfrutara de todo aquello podía dar mucho más que yo en ese mismo puesto. Sentía que estaba ocupando un lugar que podía estar mejor aprovechado, y saber eso me dolía. Yo, simplemente, pasaba el tiempo allí, sin nada mejor que hacer. Confortablemente entumecido, sentía que estaba desperdiciando mi vida. Me estaba desperdiciando a mí mismo.
Decidí dejarlo y buscar algo que me apasionara. Creo firmemente que el trabajo es una parte fundamental de la vida, una expresión de uno mismo, una manifestación de los valores más profundos. No es algo en lo que uno tenga que encajar, sino que el trabajo tiene que encajar con uno. Debe ser una oportunidad para poner sobre la mesa los dones y los talentos que cada uno posee, para poner al servicio de uno mismo y de todos los demás lo mejor de cada uno. En aquel trabajo yo estaba funcionando a medio gas, y si hay algo que me gusta hacer es darlo todo en cada cosa que hago. Dejarme el alma. Marcar mi huella al hacerlo. Eso no estaba sucediendo, así que lo dejé.
Esa fue una época de frenéticas novedades. Yo había empezado a cuestionar los cimientos de mi propia realidad, a cuestionar mis creencias, mis valores, mis razones y mis motivaciones. Mi vida no era como yo quería que fuera, y la diferencia entre lo que era y lo que yo quería que fuera era tan grande que la sensación me estaba rompiendo por dentro. Para no sentir todo eso, yo pensaba y pensaba. Pasaba el día en mi cabeza, aislado, desconectado de todo lo demás. Racionalizaba y justificaba, una y otra vez. Mi mente era un torbellino y en mi interior terminó por desatarse una tormenta.
Fui a pasar el fin de semana a casa de un amigo y pasé la última noche en blanco. Mirando al techo, incapaz de dormir, trataba de encajar lo que creía sobre el mundo con las últimas experiencias que había vivido. Había empezado a hacer cosas que se salían de lo que hacía habitualmente, y había estado obteniendo resultados que se salían de lo que yo creía que era posible. Mi realidad se estaba retorciendo sobre sí misma, y mi mente trabajaba a toda velocidad para intentar hacer cuadrar los últimos acontecimientos con lo que yo creía que eran las cosas. Mi propia concepción del mundo se resquebrajaba y se desmoronaba por partes y por momentos.
Y allí, tumbando en la cama mirando el techo, presenciando el torbellino en mi mente, llegué a la única explicación que me permitía encajarlo todo: la vida era un sueño. Un sueño muy largo, pero un sueño.
De repente, en un momento, el torbellino en mi mente se disipó, y se hicieron una claridad y un silencio beatíficos que sólo recordaba haber experimentado una vez antes mediante una mezcla de alcohol y marihuana. En mitad de la noche, ese silencio interior me desbordó, y me sentí empujado a salir al exterior.
Salté de la cama, me puse los pantalones y una camiseta, me puse las zapatillas, abrí la puerta de la casa y salí a la calle.
Era un barrio residencial. La calle terminaba en una rotonda rodeada de viviendas. Hacía frío, pero me dio igual. Un agradable calor me abrigaba el interior.
Caminé hasta el centro de la calle y me quedé allí de pie. Parado sobre el asfalto.
Era el mes de Marzo y debían de ser las seis o las siete de la mañana. Una breve nevada acababa de caer, pues las calles estaban cubiertas por una fina capa de nieve blanquecina. Los primeros rayos del día despuntaban sobre las casas bajas del vecindario en el extrarradio de la ciudad.
La atmósfera era fantasmagórica, realmente como en un sueño. El cielo era una paleta abrumadoramente bella de colores pastel, intensificados por un sol incipiente que marcaba el inicio de un nuevo día. La luz era simplemente irreal. Se reflejaba brillante sobre la fina capa de nieve y yo me encontré en mitad de un bellísimo escenario que, simplemente, no podía existir. Había algo mágico e imposible en el ambiente.
Con los pies planos sobre el suelo, miré a mi alrededor y respiré el aire fresco de la mañana llenando hasta el último rincón de mis pulmones. Y me sentí renacer.
Entonces, súbitamente, allí de pie, me di cuenta de cómo los músculos de mis piernas se tensaban y se relajaban para que yo pudiera mantenerme en equilibrio sobre mis piernas. Podía notar cada uno de los músculos independientemente, en cada una de las piernas, hacer su función. Podía incluso notar las fibras resbalar sobre los huesos. Mi corazón palpitaba con fuerza. Sentí, con toda certeza, que había una inteligencia en mi interior que funcionaba sola, que actuaba de manera autónoma más allá de lo que yo podía comprender, y me pareció lo más maravilloso y brutalmente impactante del mundo. Una desbordante sensación, mezcla de absoluta dicha y fascinación, me llenó por completo, simplemente por el hecho de estar allí de pie, respirando el aire fresco de la mañana. Simplemente… por estar vivo.
No necesitaba nada más. Yo era todo lo que tenía. Y era más que suficiente.
Me sentí desbordado. Mis sentidos estaban completamente abiertos, como nunca los había experimentado antes, y todo lo que veía, todo lo que oía, todo lo que sentía, se precipitaba a mi interior sin filtros ni barreras, como una catarata se precipita al vacío desde las alturas. Sin límites, con toda la brutalidad de la naturaleza. Me sentí infinitamente conectado con todo lo que me rodeaba. Con cada cosa que veía, con cada sonido que escuchaba, con cada sensación que sentía. El cielo de colores pastel, el sonido de los pájaros en los árboles, mis sensaciones de conexión y completitud. Me maravilló incluso el hecho de que la materia permaneciera sólida, y no se descompusiera suavemente en sus átomos y sus partículas. Todavía hoy, años después, lo recuerdo como uno de los momentos más intensos de mi vida.
Entonces, sin apenas darme cuenta, levanté mi mano derecha y la puse frente a mis ojos, y me pareció lo más bello del mundo. En una sucesión de instantes, cada cosa que experimentaba me resultaba todavía más brutal e impactantemente bella que la anterior. En aquel estado de completo arrebato, cuando vi mi mano derecha frente a mí, me sentí como si la hubiera visto por primera vez.
La observé con calma más allá de todas las palabras, más allá de toda posible descripción. Más allá de todo juicio. Observé las formas de los dedos, las líneas en la palma, la textura de los surcos de la piel, la manera en que la luz de la mañana se reflejaba en ella creando un juego de sombras infinitas. Me pareció tan insoportablemente bello que estuve a punto de romper a llorar.
Entonces cerré la mano, y me di cuenta de que no sabía cómo lo hacía. Había abierto y cerrado la mano muchas veces antes en mi vida, pero nunca lo había hecho consciente y deliberadamente, y sentí el proceso como mágico e inexplicable. No sabía cómo lo hacía, pero lo hacía. Sólo tenía que desearlo, o tal vez quererlo. Las palabras habían dejado de tener sentido para mí. Sólo tenía que tal vez aplicar mi voluntad y, por arte de magia, simplemente sucedía: mi mano se cerraba.
Miré y vi las fibras nerviosas que discurrían desde mis dedos hasta mi cerebro, subiendo por el brazo y por el hombro, trepando por el cuello hasta llegar a lo alto de mi cabeza. Vi los impulsos nerviosos circulando a toda velocidad por aquellas redes neurológicas. Sentí cada una de las fibras de cada uno de los músculos que participaban en algo tan simple para mí como abrir y cerrar una mano, y lo experimenté como lo más increíblemente complejo y fascinante que había conocido nunca. Una inteligencia y una sabiduría interior, forjadas a través de miles de millones de años y de generaciones humanas, había resultado en una maravillosa máquina biológica de infinita complejidad que era consciente de sí misma. Por primera vez en mi vida vi todo eso con cegadora claridad, y las emociones se acumularon en mi interior en la medida en que lo pude soportar.
Y entonces miré al suelo.
Y cuando lo hice vi huellas, huellas que salían desde mis pies en todas las direcciones, perdiéndose por todos los caminos y yendo a todos los lugares. Y entonces me di cuenta más allá de cualquier duda: podía ir a cualquier sitio en el mundo y podía hacer cualquier cosa.
Todas mis barreras, una tras otra, habían caído, y yo era libre, completamente libre. Libre para ir a cualquier lugar y hacer mi voluntad, libre de ir al polo norte o al polo sur, libre para perderme por los Andes o ascender el Himalaya. Libre para bucear en el Índico o en el Pacífico. Libre para recorrer cualquier camino de cualquier manera e ir a cualquier lugar a hacer cualquier cosa.
Libre. Infinita y extasiantemente libre.
Esa experiencia, en aquel momento y en aquel lugar, de pie en mitad del fulgor de los primeros rayos de una mañana nevada en la calle desierta de un barrio residencial en el extrarradio de una gran ciudad, cambió mi vida para siempre. De repente lo vi todo con nuevos ojos. Lo escuché todo con nuevos oídos. Lo sentí todo de una manera completamente nueva. Todo era para mí, otra vez, nuevo y desconocido. Me sentí como si tuviera dos años y estuviera descubriendo el mundo por primera vez, sólo que tenía 32 y ya sabía cómo manejar mi propio cuerpo. Cómo caminar y cómo correr. Cómo saltar. Había muchas cosas que ya sabía hacer. Ahora, me estaba redescubriendo a mí mismo.

Eres libre

Tal y como yo descubrí ese día, tú también eres libre. Eres libre para ir a cualquier lugar y empezar de nuevo en cualquier momento. Eres libre para hacer cualquier cosa que llene tu alma de gozo y de júbilo. Eres libre para seguir tu propia llamada, para buscar y encontrar la felicidad y el éxtasis. La vida no es fácil pero, contrariamente a lo que demasiadas personas creen, no estamos aquí para sufrir y ni para redimir nuestros pecados. No tienes nada que purgar. Puedes dejar ir todo eso y adquirir un nuevo juego de creencias más liberadoras.
Busca y encuentra lo que te hace feliz, lo que te llena, lo que te hace estremecerte de abrumador placer mientras lo haces, lo que te hace alejarte del mundo entero y a la vez te conecta con el mismo, y repítelo. Para eso se inventó el trabajo, para poder hacerlo cada día.
Eres libre de hacer eso, y también eres libre de no hacerlo. Eres libre de elegir una vida de sufrimiento y de angustia y eres libre de elegir una vida que llene tu espíritu de gozo y éxtasis.
Tal es tu libertad.

Elige tu camino

En algún momento, antes o después, tendrás que elegir tu propio camino. Tendrás que tomar una decisión. Tendrás que echar a andar en una dirección.
No puedes ser astronauta y futbolista. No puedes ser arqueólogo y marino mercante. No puedes ser piloto de avión y buzo. Tendrás que descartar algunas cosas y elegir una. Aunque en la vida siempre estás a tiempo de cambiar de camino, tendrás que enfocarte en algo en concreto y empezar a dar pasos. De lo contrario, estarás siempre en el mismo sitio: en ninguna parte.
Algunas personas me dicen: “Pero es que no sé qué hacer”.
¿Quieres ser domador de leones? ¿No? Ya has descartado una opción. Quizá puedas descartar incluso el circo entero. Eso deja una parte del pastel para otros y te ayuda a decidir.
¿Quieres ser presidente del gobierno? ¿No? Ya te has desecho de otra carta. Repite el proceso y te quedarán cada vez menos naipes en la baraja.
Haz pruebas. Sigue tus impulsos. Da unos pasos y evalúa.
Puedes caminar hacia el norte o hacia el sur, pero no puedes caminar hacia el norte y hacia el sur a la vez. Eso descarta la mitad de las posibilidades y te da una dirección. Camina un poco, detente y reconsidera. Ajusta.
Antes o después encontrarás lo que estás buscando. Disfruta del proceso.

Actúa desde tus talentos y dones

Cada uno de nosotros posee sus propios talentos y dones. Cada uno de nosotros tiene una serie de habilidades en las que destaca sobre todas las demás. Lo creas o no, tú también. Puedes pensar que no hay nada especial que sepas hacer. Puedes pensar que eres alguien del montón, pero ten por seguro que tú también dispones de tus dones y talentos. Cada uno de nosotros es único, y cada uno de nosotros tiene su propio lugar en el mundo. Busca y encuentra el tuyo.
En PNL hablamos de que hay tres modos preferentes de experimentar el mundo. Puedes experimentar el mundo principalmente en imágenes, en sonidos o en sensaciones. A medida que crecemos y vivimos nos especializamos en una de estas tres modalidades de percepción, lo que nos lleva a desarrollar las habilidades relacionadas con una manera en particular de percibir el mundo. Ya sean las imágenes, los sonidos o las sensaciones tu manera favorita de experimentar la vida, inconscientemente te has especializado en algo en lo que ya tienes ventaja sobre dos terceras partes de la población. Eso te puede dar una idea del área en el que más puedes aportar.
Tómate tu tiempo. Pregunta a quienes te conocen. Ellos podrán darte información que a ti se te escapa, pero la elección debe ser tuya. Sólo tú sabes más que ellos sobre ti. Sólo tú sabes lo que te hace vibrar, sólo tú sabes lo que te llena por completo dejando tan sólo el hueco para la insatisfacción suficiente que te impulsa a seguir prosperando.
El momento es ahora
En los últimos años, a raíz de compartir mi propia historia, muchas personas me han escrito diciéndome que están insatisfechos con su trabajo, pero que son demasiado mayores para hacer un cambio.
Desengáñate.
Sólo hay un momento para tomar decisiones, y es ahora. Sólo hay un momento para hacer cambios, y es ahora. De hecho, en toda tu vida sólo hay un momento, y siempre es ahora. El eterno e infinito presente.
Si quieres cambiar tu vida y piensas que eres demasiado alto o demasiado bajo, demasiado gordo o demasiado flaco, demasiado listo o demasiado tonto, demasiado mayor o demasiado joven… te estás equivocando. Nunca los astros estarán a tu favor. Nunca será todo perfecto. Nunca será el momento, salvo ahora.
Todo lo demás son lamentos, quejas y excusas. Racionalizaciones y justificaciones. Sólo hazlo, y hazlo ahora.
Elige tu camino y crea tu propia vida, consciente y deliberadamente.

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